No, no voy a hablar de su carrera ni de esa horrible enfermedad que ha terminado con su vida a los 77 años. Quiero hablar de lo que Amparo Baró significó para el cine, el teatro y la televisión, y para su público.
Los domingos y sus collejas en "Siete Vidas" eran de visionado obligatorio en prácticamente todos los hogares españoles. Esa sonrisa medio irónica, medio inocente. Imposible de olvidar. Esa emoción cuando sabías que se avecinaba una colleja. Y el momento de después... Sólo puedo decir "chapó".
Bastaba una escena de ella en "El Internado" para que todo el capítulo valiera la pena. Porque sí, era de esas pocas actrices que llenaban la pantalla. No necesitaba siquiera un guión, con ver sus ojos y su expresión ya sabías lo que se pasaba por su cabecita.
Su Goya honorífico no es suficiente, no refleja el gran valor de su trabajo ni el legado que nos deja. Aún a día de hoy, ver un capítulo de "Siete Vidas" es un placer. O cualquiera de sus trabajos.
Los que la han visto en teatro dicen que era "una monstrua de la interpretación". Yo, a título personal, no he tenido el placer de verla en vivo y en directo, pero no me cabe duda de que lo era.
Aún no entiendo cómo alguien tan pequeño puede ser tan grande y provocar tantas sonrisas y tanto cariño. Nadie va a superar a Amparo Baró, porque sencillamente era (hablar de ella en pasado sigue provocando un escalofrío) única. Pues sí, una pequeña gran luz de nuestra cultura se acaba de apagar.
No me quiero extender más, porque una lagrimilla empieza a asomar y seguro que ella jamás habría querido eso de nadie que fuera fan suyo. Únicamente, y para terminar, os dejo esta frase tan atemporal de Sole: "Ahí abajo esa gente tan normal se convierte en mentirosa, egoísta, terriblemente asquerosa, en fin, ¡políticos!". Sencillamente, sencillamente, maravillosa.
D.E.P.